miércoles, 31 de enero de 2007

El TOQUE DEL MAESTRO

El toque del Maestro
«Un viejo violín, maltrecho y golpeado...
¡No vale la pena!», pensó el subastador.
Lo alzó, sin embargo, con una sonrisa,
por si acaso surgía algún comprador.

«¿Cuánto me dan por él, señores?
¿Quién hará la primera oferta?
¿Diez solamente?... ¡Veinte por aquí!
¿No hay quien pague treinta?

»Treinta a la una... treinta a las dos...
¡señores, la oferta llega a su fin...!»
En ésas se acercó un hombre mayor
y tomó en sus manos arco y violín.

Limpió el polvo del viejo instrumento.
Tensó las cuerdas y comenzó a tocar
una melodía dulcísima, de esas
que atrapan y tienen virtud de hechizar.

Cesó la música y el subastador, alzando el violín,
dijo esta vez con voz suave y profunda:
«¿Y ahora, señores, cuánto me ofrecen?
¿Quién hará una nueva postura?

»¡Mil!... ¿Quién me ofrece dos?
Dos mil... ¡en tres lo liquido!
Tres mil a la una... tres mil a las dos...
¡en tres mil queda vendido!»

Se oyeron aplausos, pero algunos decían:
«¿A qué viene esto?,
¿qué le dio tanta valía?»
«El toque del Maestro.»

Al igual que aquel viejo violín,
destemplada por la vida y el pecado,
más de un alma golpeada y maltrecha
se remata a precio rebajado.

Mas la masa ignorante no entiende
cuán alto es el precio de un alma,
ni la transformación que en ella se obra
cuando el Maestro llega a tocarla.

¡Oh, Maestro!, destemplada estoy.
Pon Tu mano sobre mí.
¡Que tu toque haga vibrar mi corazón
con una melodía para Ti!

* * *

El doctor Hubert Davidson había ido a visitar a la famosa poetisa Myra Brooks, autora del poema El toque del Maestro. Cuando el doctor ya se marchaba, Myra dio una palmadita en el brazo de su silla de ruedas y dijo: «¡Gracias a Dios por este artefacto!» ¡Qué notable que se mostrara agradecida por una silla de ruedas! Es que su talento había permanecido oculto antes de quedar lisiada. En vez de amargarse, optó por dar lugar a que su impedimento físico hiciera de ella una mejor persona. Así, una bellísima labor abrió nuevas sendas para ella.

* * *

Una vida no tiene que alcanzar la grandeza para que sea hermosa. Hay tanta belleza en una pequeña flor como en un majestuoso árbol, en una pequeña piedra preciosa como en una joya de gran valor. Puede que una vida sea espléndida, pero pase inadvertida a los ojos del mundo. Una vida sublime es la que cumple con su misión en este mundo, con lo que Dios dispuso que fuera, la que se subordina a los designios divinos. Quienes no poseen dotes extraordinarias corren el riesgo de convencerse de que no pueden llevar una vida hermosa, de que no son capaces de aportar algo de valor al mundo. Sin embargo, la vida más insignificante es hermosa a los ojos de Dios cuando ocupa con dignidad el lugar que Él le ha asignado. Señora Cowman

* * *

El gran compositor Georg Friedrich Händel estaba enfermo. Tenía paralizado el lado derecho del cuerpo. Se había quedado sin un centavo. Sus acreedores amenazaban con enviarlo a prisión. Estaba tan descorazonado a causa de sus desgracias que a punto estuvo de perder la fe y el ánimo para seguir adelante. Sin embargo, logró sobreponerse a las dificultades y compuso entonces su obra máxima, el coro Aleluya, pasaje cumbre de su gran obra El Mesías.
El apóstol Juan escribió: «Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1 Juan 5:4).

* * *

La grandeza no está determinada por los bienes que se poseen, el poder y la posición que se ostenta ni el prestigio de que se goza. Se mide según la bondad, la humildad, la entereza y el servicio al prójimo.