¡La fuerza de los pensamientos!
María David
La Biblia toca bastante el tema de nuestros pensamientos. Constituye un estudio muy interesante. Por ejemplo, dice que los pensamientos [buenos] del Señor con relación a nosotros son innumerables, y que debemos aborrecer los pensamientos vanos y amar Su ley (Salmo 40:5).
Una de las formas más eficaces de hacer buen uso de nuestros pensamientos es tornarlos en oraciones. Toma en cuenta todo lo que haces durante el día, las cosas que piensas, todas las ideas que se te pasan por la cabeza. Ahora considera tus pensamientos. Sopésalos, analízalos, calíbralos y pregúntate qué cometido logran. ¿En qué dirección van? ¿Estás transformándolos en una fuerza positiva que beneficie al prójimo?
Si quieres lograr más a través de la oración, considera tus pensamientos. Tienen verdadera fuerza. Allanan el camino o lo obstaculizan. ¿Contribuyen tus pensamientos a sostener a un alma atribulada? ¿O en su silencio hacen caso omiso del que clama pidiendo ayuda? ¿A dónde se dirigen? ¿Tienden la mano para responder a un llamado? ¿Echas mano de la fuerza del pensamiento a través de la oración? ¿Enfocas tus pensamientos hacia donde puedan servir de ayuda y ejercer una influencia positiva?
Dios ha dotado a cada uno de este grandioso don y quiere que aprendamos a emplearlo, a convertir nuestros pensamientos en oraciones eficaces; es decir, a orar por alguien o por algo, en vez de limitarnos a pensar en ello. Los pensamientos traducidos en oraciones se materializarán en bendiciones divinas, en actos de intervención y protección divinas, en fuerzas y entereza, y en un bálsamo curativo que Dios derramará sobre las personas por quienes velamos.
Los pensamientos vueltos oraciones llegan a hacer portentos, hacen viable lo imposible y alteran el curso de la Historia. En cambio, si se dejan ociosos, de poco valen. Se desvanecen y caen en el olvido. Vigila, pues, tus pensamientos y ten cuidado con ellos, no sea que por negligencia te pillen desprevenido. Cuando dejamos correr los pensamientos a sus anchas, se deslizan hacia la masa informe de la nada por entre las grietas de la complacencia. Allí se descomponen y se desperdician.
Cada vez que pensamos algo, podemos componer con ello una oración, en todo momento, en todo lugar, aun cuando estemos completamente a solas. Por ejemplo, si estás en casa cocinando y se te cruzan por la mente los niños en el colegio, reza para que tengan un buen día. O si estás trabajando y te pones a cavilar acerca de un proyecto complicado que tienes por delante, convierte ese pensamiento en una oración y pide al Señor que te dé buen tino para realizarlo. O quizá camino de casa pases por un lugar donde ha habido un accidente. Ora por los que tal vez hayan sufrido heridas y por tu propia seguridad y la de tu familia.
A lo largo del día, no importa lo que estemos haciendo, la mente siempre está elucubrando algún pensamiento. Lo importante es cómo filtramos esos pensamientos y hacia dónde los dirigimos. El destino y el uso que les damos es lo que determina la influencia que ejercen. A medida que aprendamos a dirigir nuestros pensamientos, filtrándolos a través del tamiz de la Palabra de Dios y enviándolos a donde realmente sirvan de algo, habremos cumplido con la misión de la oración.
Poder tornar cada pensamiento en una oración es un privilegio y un gran don. Gracias a ello accedemos a la fuerza de pensamiento celestial. Empléala y te hará mucho bien. Te facilitará la vida y obrará milagros. Los pensamientos pueden ser una bendición o una carga. Dales utilidad traduciéndolos en oraciones. Echa mano de la telepatía celestial.
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viernes, 16 de febrero de 2007
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